¡Oh tu, soberana y virtuosa, que has sabido oscurecer mis días de existencialismo brutal con tus interrogantes ridículos! ¡Oh tu, madre de cruel suspenso, culpable irrefutable de maratónicos insomnios; despojada de coherencia y acaso trama líneal constante, y sin embargo de tu reino intachable! ¡TU! estirpe incuestionable de romances fantásticos, amaneceres histéricos y trágicos diálogos ¡más mas funestos tus silencios! Guerrera triunfante ante su mediocre competencia, empuñas tu espada y nos sorprendes por la espalda, y ríes: ríes de nuestras súplicas, te ríes de la desesperación que nos eriges, ríes hasta convulsionarte de forma catatónica; será tu gracia acunada por nuestro desconocimiento fortalecido por los ánimos de vencerlo, y tu deseo de jamás ocultar tus afilados dientes ¡oh, madama olímpica! lo que nos tendrá a la dura espera de que vuelvas, y que junto a ti, acaso algo apiadada, lo traigas
a él.
a él.