PARTE I
No tendría que estar escribiendo esto. Tendría que estar haciendo cosas importantes, cosas de adultos, de gente responsable. Recién me levanto, te pido disculpas, todavía no cazo muy bien la onda déste impulso y tampoco identifico bien hacia dónde me quiere llevar. Te quiero así, me gustás imprecisa y soporífera.
Siento que tengo la cabeza a mil y el cuerpo en cero absoluto. En un cero
perfecto, de esos que cuando estás haciendo cuentas a mano porque sos una
anciana rollinga y analógica lo trazás y plaf, la línea final encaja con
precisión quirúrgica en la inicial y el óvalo queda cerrado de una manera tan
perfecta que te abstraés y entre cuentas y tarjetas pensás che, mirá qué lindo
cero. Así siento el cuerpo por dentro. En cero, encerrado en un óvalo perfecto.
No tendría que estar escribiendo esto. Es sábado. Los sábados son para hacer
cosas de adultos responsables de día y de personas vivas de noche. Te quiero
así, me gustás nocturna. Y soporífera, por supuesto.
No identifico bien, decía, pero algo intuyo. Cuestión: soy docente ¿no?
profesora. Sí, creo que va por ahí eh. Profesora. Profesora es algo que subrayo
para enfatizar lo real porque entiendo que a la gente le cueste creerlo. Yo soy
la primera que lo pone en duda, se imaginarán. Considerando todo mi prontuario
académico de índole abandónica y al contrario de todo pronóstico un día me
anoté nuevamente en una carrera, pero esta vez la terminé. Insólito. Hace como
dos años me recibí. Ese día viví tantos momentos espectaculares que se me llenó
el álbum de fotos mentales, de las fotos esas que dicen que te pasan así plaf
plaf cuando te morís. Como los momentos felices de Hook cuando Robin Williams
le dice al hijito pensá en un momento feliz. Pensá y volás. Como Urdapilleta en
Tumberos, pensá y salís. Porque acá
somo así pibe: de la contaminación cultural yanki -a la que estamos
condicionados emocionalmente, si me preguntás- a uno de los mejores actores uruguayos que
ha parido el under argento. Y la picana no podía pi car, porque mueve.
En todas las fotos de ese día salgo impresentable y haciendo muecas
ridículas; embebida en huevo, harina y artículos de cotillón, desconcertada y empepada
por la felicidá. Naturalmente empepada, quiero decir. A veces cuando evoco ese
momento siento como el vestigio de la sensación. Es medio un flá. A veces,
también, pienso que en realidad lo subrayo para creérmelo yo misma. La cuestión
docente, digo. Y mirá que hay testigos eh, compañeros, amigos, familia. Tengo
un papel, también, que lo acredita. Un papel firmado, sellado. Tengo el aval de fede val. Tengo todo para creer que realmente es cierto. Un cierto perfecto. Quizás
por eso la gente exhibe sus títulos en las paredes. Como un recurso, porque tampoco
pueden creerlo.
No sé por dónde ir. Tiro los dados mentales. Sale un 6.
Mirá vos.
Justo un 6, ni que essssstuviera arreglaaaadah
PARTE II
Esta semana me postulé a un cargo docente por primera vez. Y quedé. Quiero
decir, me había postulado antes a otros cargos, pero esta fue la primera vez
que quedé, que me lo dieron, que leí “adjudicado a” y plaf, mi nombre. (Perdón,
estoy escribiendo como el ojete porque a pesar de que la mente vaya a pleno por
momentos preferiría estar en un buque pesquero sin tripulación tipo un buque
automático y yacer ahí sentada en la proa o no sé qué parte del barco es esa de
adelante pero estar ahí con el vientito en la cara en el medio del océano
atlántico sin ningún tipo de destino ni responsabilidá y sobre todo sin que
nadie me rompa las pelotas. Qué leeeeendo)
CUESTIÓN, omitamos los tramiteríos soporíferos que se suceden cuando te
designan el cargo y vayamos directo a la puerta del colegio. Estoy parada ahí,
inexperta e inesperadamente tranquila, vestida con un guardapolvo blanco que es
tan blanco que dá bronca y con un buzo negro arriba porque una se podrá sacar
los piercings pero lo darks siempre tira y encima el guardapolvo es blanco en
serio, blanco nuevo. Blanco gianola. Blanco noni noni. Ya estamos llegando a
septiembre y el frío se pone distante, ojalá no haga calor, ojalá no tenga que
sacarme el buzo. Eso pensaba, parada en la puerta del colegio debajo del sol
hermoso de un día climáticamente espectacular. Aprovecho el espacio
meteorológico para mandarle saludos a a Diego Angeli, tkm diego angeli,
te sigo desde de hoy no pasa jamás olvidaré que fuiste el primer hombre al que
escuché hablar bien de Lady Gaga hace como 90 mil años.
El colegio era viejo y tenía una entradita medio vampírica, la puerta era
alta e imponente como un patovica de madera antiguo y yo me dejé llevar por el
entorno medieval bellísimo así que golpée la puerta evidentemente flasheando
estar en otra época. Golpée la puerta me comprendés, ejecuté golpecítos
delicados como quien osa despertar a un bárbol. El sonido se me cagó de risa,
ni se escuchó. Salí inmediatamente del trance y pensé claro, claro. Acá debe
haber un timbre. Esto es un colegio. Claro. Inspecciono visualmente y veo ahí
nomás a centímetros incluso de mi cuerpo, ahí, veo la fixita. La fixita del
timbre que era más blanca que mi guardapolvo mirándome cagándose de risa
pensando mirá esta noni noni, golpeando la puerta conmigo acá. Delicada, encima. Ahora te voy
a sacar una foto y se la voy a mandar por discord a toda la comunidad rollinga
gótica argentina. Así me dijo, el hijo de vuta.
Al toque se abre la puerta y detrás de ella se asoma la carita de un
muchacho muy simpático. Le digo quién soy y a qué vine, como una terminator
versión anciana rollinga. Y mucho más amable, por supuesto.
El muxaxo me hizo pasar y apenas entré al colegio no me preguntes por qué
pero me sentí como en mi casa, como cuando entré a requiem por primera vez
(perdón soy perfectamente consciente de lo trash del paralelismo saludos
cordiales a mi filtro mental) con la diferencia de que acá no sonaba
fascination Street de the cure (¿pero cómo vas a poner fascination Street de
the cure en un xeboli amigo y cómo esa no va a ser mi casa a los 16 años?) No.
En el colegio lo que sonaba era el bullicio de lo pibito, porque al parecer yo
había caído en el horario del recreo. Y al parecer también era mi casa.
CUESTIÓN. Con el muxaxo entramos, ahí nomás, en un duelo de amabilidades: él
me explica muy amablemente hacia dónde ir, yo le agradezco muy amablemente la
indicación, el responde con amabilidá que no hay de qué, yo le respondo muy
amablemente con un gesto, ambos nos distanciamos con amabilidá.
Otra docente muy amable me recepciona y explica cosas. Muchas cosas. Muchas cosas en muy poco tiempo. Me presenta a la Directora, que me hace preguntas. Todas muy amables. Todas diciéndome muchas cosas. Me presentan a una tercera docente, más de mi edad, más treintañera ah ná que ver. O sea ella sí.
A la
pobre piba, llamemoslá Paula, le delegan la tarea de mostrarme el edificio y señalarme cosas y
explicarme más cosas. Paula era copada pero se la notaba exhausta, medio atlántico
vibes, ahora que lo pienso desde el futuro. Cuando le encargan esa paja le leo
la mueca que su predisposición a la amabilidá genuina no pudo caretear y cuando
nos quedamos solas finalmente la miro y le digo amiga, mil gracias, te pido mil
disculpas, te juro que seré lo menos rompebija que pueda, dentro de lo posible.
Ella bancando la parada me dice despreocupate reina y me sigue comentando cosas muchas cosas importantes.
Llegamos al patio, aire libre. Yo la seguía como igora a su maestra, pero
tratando de ser más silenciosa. Evidentemente captamos la atención de los
pibitos, que recuerden que estaban en recreo y que de repente tenían en el
medio de su territorio a una docente familiar junto a una anciana rollinga con
un guardapolvo muy blanco: una intrusa. Encima adulta. Y esta quién es.
Se me acerca un pibito. ¿De qué curso sos? Me dice. Así nomás. Me quedo pensando de qué curso soy, como si fuera una alumna. Ah no, claro, pienso. De sexto, le digo con mi clásica simpatía. Ah, me dice, e inmediatamente desaparece de mi vista, imagino que propulsado por el desinterés. Paula me sigue contando cosas, y justo cuando esas cosas empiezan a mutar y entran al campo de las advertencias, de la data piola, la data de territoreeeeo, justo cuando estabamo entrando en esa púm, aparece una nena con una soga gigante del tipo catamarán y me dice algo que no entiendo pero me extiende un extremo de la soga así que asumo que quiere saltar. Evidentemente la nena ya había capturado a otra docente que a su vez ya estaba, a unos metros, sosteniendo el otro extremo de la soga. Me saluda, la docente, me hace un gesto amable.
Hacía años que yo no manipulaba una soga en un sentido lúdico digamos y por un momento me dio terror la posibilidad de que por mi ejecución paupérrima la piba se terminara enredando, cayéndose mal nivel ambulancia, nivel terapia intensiva. Y si bien mi desempeño y falta de coordinación en las primeras vueltas fue tan malo que la nena en un momento se dió vuelta especialmente para mirarme decepcionada como diciendo dale flaca qué clase de adulta sos, no salió tan mal. Le dije que tenía razón, que me diera tiempo a aclimatarme y ahí nomás no sólo entré en el flow sino que le empecé a contar las vueltas primero con la mente y después con la boca. Cuatro, cinco. Ocho, nueve. Iiiiiisa. Once, doce. DIECIAAAXAAAA, diecinuevehh laaakaaaahhh. Cerró en veinte, se retiró por cansancio, voluntad propia. Vino a buscar el extremo de la soga y aunque esta vez no me miró a los ojos le dije llegaste a veinte invicta, excelente desempeño, quién pudiera. Llegué a leerle la sonrisita entre tanta seriedá y pensé ahí tenéeeeees, dame tieeeempo, no ves que necesito tiempo nomás. Si soy una docente ssssssssssspetácolaaaaar queréeeeda.
Ah ná que ver.
Ah cuánto va a durar este texto.
PARTE III
Omitamos. Llegamos a la puerta de sexto. Entre las muchas cosas que me habían dicho hasta ese momento, una había sido que en ese grado eran 30 alumnos, pero por supuesto no es lo mismo que te lo digan a de pronto estar parada frente a 30 niños que te miran con picardía desconcierto desinterés interés medición y sobre todo con mucha vitalidá. Me imagino que el mago de un cumple muy concurrido debe sentir lo mismo. La docente le explicó al curso quién era yo, y me invitó a su vez a presentarme.
Desde que me designaron el
cargo había fantaseado que en ese exacto momento iba a entrar en pánico, en
pánico manejable pero en pánico al fin, con esos nervios que intentás caretear
pero que te ponen más nervioso porque los sabés incareteables y sabés también
que todos saben que estás tan nervioso que no podés ni caretearlo ¿todos
sabemos qué tipo de sensación es esa, verdá? Y no es una pregunta irónica es
más se la respuesta y todo ué.
Pero no ¿sabés que no? ¿sabés que no paré de desconocerme en todo momento y ahora no entiendo bien quién soy? Porque sucedió que cuando acá la amiga Paula me dió paso entré inmediatamente en el flow, como si se me hubiese abierto un telón
imaginario en frente y hubiesen aparecido ahí estos 30 pibitos, expectantes, a
ver qué onda este show, a ver qué onda esta noni noni, con ese guardapolvo tan
blanco. Obviamente era yo la que estaba a prueba y sabía que el primer minuto
era clave, como cuando te entregan un examen y leés las preguntas y en esa primera
lectura ya sabés si aprobaste o no. Algo así. Pero ese minuto dura todo lo que
quieran los pibes hasta que por fin logres, en algún momento, ser digna de sus
respectivos respetos. Y en paralelo mientras luchás por ese respeto por esa
empatía por esa belleza por ese título que es el que vale en serio, tenés que
velar porque a nadie le pasa nada. Y en paralelo, tenés que estar atenta a que
nadie se vaya del aula. Y en paralelo tenés que estar atenta a la periferia y
agudizar el oído, identificar posibles peleas y desactivarlas. Y en paralelo,
tenés que escucharlos. Y en paralelo tenés que ir resolviendo. Y en paralelo
tenés que ser autocrítica, identificar tus dudas burocráticas, recordarlas para
consultar después. Y en paralelo tenés que dar clase. Y en paralelo tenés que evitar
volverte clínicamente loco.
El vientito del atlántico.
Lo di todo eh, desde el principio. El grupo era heterogéneo y espectacular,
bravo pero inofensivo y sobre todo vital, muy vital y muy demandante. Creo que
aprobé, estoy casi segura porque al final de la clase se me acercó un
integrante de los goonies (yo sé que está mal tener preferencias pero es
humanamente inevitable y creeme cuando te digo que manejo muy democráticamente
mi atención en el aula, pero hay un grupito de nenes que son literalmente los
goonies pero versión argenta un poquito más curtida más bravita cómo no me van
a conmover especialmente si soy nacida en los oxenta meaaaaamooooor no puede
haber tanta maldáaa). Se me acerca, decía, al final de la clase, entre toda la
multitud, uno de los goonies. Y me dice, a pesar de que no lo miré a los ojos porque en ese momento mi prioridá era que nadie vuriese en la zona de la escalera, me dice
“profe, digame que usté no va a renunciar”
Me acuerdo del tono y se me pone la piel de gallina amigo. La concha de tu
madre vendejo, acaso querés enternecer a una gorda dark o qué pasa acá. No lo
miré pero lo escuché, y como la nena con la soga sentí que vió mi sonrisita. Mi
sonrisita de recién recibida, sólo que el título me lo dio un goonie con la
boca, no con un papel.
Hasta ahí fue todo espectacular, llegué al recreo sintiéndome robin williams en la sociedad de los poetas muertos pensando qué bien, qué bien piba.
¿Acaso tengo una segunda vocación, además del dibujo? ¿Acaso seré buena, en
esta, al contrario del dibujo? Para mí que sí eh, para mí que sí, pensaba y los
pibitos me lo confirmaban, en el recreo. Desde lejos, gestos, miradas.
Aprobada. Qué bien.
Pero todavía me faltaba entrar a otro curso, cuando terminase el recreo. A un curso nuevo, no al de los goonies. A un curso bravo, al parecer, según me advirtieron las docentes. Bravo en serio. "El último docente dio una sola clase y renunció, imaginate"
Después de lo que viví en las prácticas nada me espanta y de hecho me tira. No sé qué onda el flá. Quiero estar. Quiero ver si puedo hacer algo por desactivar, por por lo menos cortar un cablecíto, uno solo, uno finito aunque sea. No sé qué onda. No es por hacerme la filántropa la copada la sarasa, es algo que me pasa genuinamente y que padezco pero a la vez no puedo evitar. Es como un masoquismo social que ojalá no tuviera porque la verdá es que cuando te metés en esa empresa terminás hecho bija.
PARTE IV
Entro al curso simpática pero curtida, porque tampoco tampoco. Son pocos, son mucho menos de treinta alumnos e igualmente se siente como estar frente a un ejército que te considera su rival de una y te lo manifiesta así nomás. Hostilidá a pleno, verdugueo, ni medio minuto había pasado desde que entré y no llegué ni a hacer el ademán de desenredar la soga. ¿Telón? En esta aula no hay ningún telón, salamina noni noni. Yo resisto. Los dejo ser, me dejo verduguear, intento descifrar, pienso por dónde ir. Todo esto en menos del primer minuto, éh. Mi estrategia hasta ahora creo que es lograr el desconcierto. En ese sentido corro con la ventaja de tener facilidá para la teatralidá porque así como te despliego la lista pergamínica de defectos e imperfecciones y forradas que me caracterizan también te digo que bueno que sí, que creo que tengo una facilidá para la teatralidá te pido mil disculpas sabés, pero la única forma de llamar la atención de los pibes que por lo menos me funcionó hasta el momento –un momento q por supuesto es escasísimo- es desconcertándolos. En mi caso es con la teatralidá porque me es lo más fácil, la verdá.
En sexto (el curso de los goonies) y porque la suerte de principiante no puede fallar apenas se abrió el telón probé tirando un
“señorassss, señoressss…” que más o menos funcionó, porque se quedaron mirándome corte esta anciana rollinga
está loca o qué pasa por qué la escuela nos pone en peligro. Y ahí me aferré a
ese desconcierto y le mandé toda la cumbia que pude soñando que me hablaba y me
agarraba a sus cuerdas vocales.
Pero en el otro grado fue diferente. En la inmediatez de tener que entender rápidamente por dónde ir les pisé el verdugueo y con tono fuerte con tono toropampeano pero sin perder la teatralidá la empatía o no sé cómo se dice les dije ¿bueno, ya está? ¿ya estámo o quieren seguirla un ratito más? cómo venimos de tiempo, le pregunté a los ojos ahí nomás al más picante, que me miró con un desconcierto que mirá, querédo, me acuerdo y me enorgullece. La mueca esa. Me enorgullece sobre todo porque me arriesgué a que me mandaran a cagar por vieja atrevida y altanera, pero algo los hizo apiadarse. Quizá el hecho de ser medio rara y triplicarlos en tamaño haya ayudado.
En ese curso hice lo mejor que pude, dí todo lo que quedaba de mí. Caí en la realidá y asumí que Robin Williams no existe y que nada que hayas visto en el cine se parece y que además esto es argentina o qué te pensás argentina noécoca mami qué telón ni qué telón. Por momentos lograba que la hostilidá se retrajera pero volvía, después, impredecible, como una ola. Volvía desconcertante y violenta cada vez que pensaba que ya estaba. Una niubi. Una ingenua.
Me costó pero resistí. Logré, logré ahí un
ápice de vínculo. Un vínculo raro igual. Un vínculo que percibo piola pero por
momentos me da ambiguo y no me cabe. Yo resisto, toro y pampa. Resisto e intuyo
el origen de algunas violencias y me pongo del orto, me pongo del orto mientras
escribo esto. No es un curso bravo amiga es una vida brava. Qué mierda todo. Y
qué belleza. Y qué mierda. Y qué belleza. Y así hasta hoy. Y así hasta ahora.
La cuestión es que tengo un problemón y es que en conclusión la docencia me parece un mambo fan tástico. Aunque me da vértigo, como la astronomía y como las canciones viejas de the cure. Aunque vaya por la quinta página de word porque es emocionalmente criminal y te ataca por todos los frentes. Mambo fan tástico.
Bueno,
no sé. Exorcizo la experiencia, les pido mil disculpas.
El vientito del atlántico, a las chapas, en línea recta, en un día despejado. Sin oleaje.
Toro y pampa.