
27.7.07
12.7.07
Humor para entendidos
Me siento, sola, en uno de esos bancos verdes o rojos que están frente al río en Puerto Madero. Reflexiono sobre mi vida y mi cabeza gravemente retorcida. Deslizo injurias mentales, puteo a dios, a su hijo, a los tipos estos, los ¿reyes magos? y a toda esa camada de hijos de puta pro barba. Pienso en hacer la Alfonsina de bajo presupuesto: cruzar la barandita que me separa del río, tirarme y dejarme llevar por la corriente hasta desembocar en el Parque de la Costa, ya que con mi suerte seguro que apenas llego se desprende el samba y no sólo no me aplasta el juego en sí sino el treintañero boludón que tenía miedo de subirse y al final se mandó, y que obviamente también muere por por supuesto haberle hecho caso a su instinto. Pienso también que el chico que se está acercando me miró dos veces. Lo miro, me mira y lleva su vista hacia el cielo. Sigo sus ojos, levanto la mirada y veo un séquito de ochenta y siete palomas volando en dirección hacia mi con cara de desquiciadas y haciendo soniditos guturales amanezantes y violentos; abandonando toda clase de elegancia que cualquier paloma de semejante zona debiera ostentar. Claro, entendés, o sea, tipo, las palomas de Puerto Madero no vuelan, tipo... levitan con originalidad. Miro entonces a mi alrededor esperando encontrar restos de maíz o pan o alguna de esas cosas que les tira la gente o no sé, algo que explique por qué razón están viniendo hacia acá y no hacia los bancos de al lado o a los techos o a los árboles o a picar a andres calamaro en una plaza como toda paloma sagaz, pero no, no hay nada. Las tipas estacionan en circulo, me dejan en el medio y me miran, te juro por dios, me miran las ochenta y siete y yo, que quiero deprimirme en paz y sin ningún ave acechadora cerca, agarro la cartera y la muevo en dirección a ellas como buscando un cigarrillo pero intentando espantarlas disimuladamente. Nada. Las muy hijas de re mil putas están como petrificadas. Hijas de re mil putas, pienso. El chico que me miró dos veces pasa de largo, observando la situación y sonriendo cínicamente. Hijo de re mil putas, pienso. Saco un boleto de la cartera y lo hago bolita, se lo tiro a una para que se espante y en vez de salir volando se le acerca al papel como inspeccionándolo, tal vez pensando que es maíz. Saco entonces el celular y pongo el sonido irritante de la alarma que uso de despertador, subo el volúmen al máximo y se lo acerco a algunas. Nada. Sólo logré una muequita de una, que miró a su compañera como diciendo “oh, escucha, este sonido suena como el maíz en primavera”. Puteo a dios. Me pregunto si mi peinado no se parecerá al de la mujer paloma de Home Alone o si habré tenido un accidente del cual no soy consciente y las palomas han venido a picarme para salvarme y convertirme en la heroína bigbirdwoman, PONELE. Pero no, no me picotean, solamente están ahí con sus miradas intimidantes porque, claro, encima te analizan de perfil. Tengo que hacer algo. Miro hacia un costado, miro hacia el otro: nadie cerca. Me quedo inmóvil diez segundos aproximadamente y finalmente me levanto completamente poseída y con los ojos tipo lentes de contacto de Silvia Suller en lo de Susana Gimenez y les digo en voz baja, sacudiendo los brazos, agitando las piernas y mirando a cuanta puedo a los ojos (sin perder en ningún momento la elegancia y femineidad que me caracterizan, por supuesto): HIJA DE RE MIL PUTAS LA PUTA QUE TE RE MIL PARIO OJALA QUE TE COMAN LOS GATOS HASTA DEJARTE SIN PLUMAS TURRA POR QUÈ NO TE VAS A PEDIR MAÍZ A LANÚS SI TENÈS HUEVOS CARA DE GORRIÓN. Y hecho esto, sorprendidas se retiran escandalosamente en una misma dirección. Me siento nuevamente saboreando la victoria cuando cinco minutos después, es decir, justo cuando acabo de prender el cigarrillo, vuelven. Le guiño un ojo y le levanto el pulgar a dios. Las miro, me miran. Les muestro la cartera y les digo que no tengo maíz. Les digo que se vayan o las quemo, acto seguido les muestro, desafiante, el cigarro. Las quemo, ¿ven? las quemo, repito. Pero las minas NI MÚ. Una atrevida me enfrenta, da dos pasos y se me para enfrente. Me lanza una mirada de perfil. Yo le doy una seca al cigarrillo, me levanto y repito mi discurso y mis refinados movimientos, esta vez con más énfasis y prendiendo y apagando el encendedor en dirección a ellas. Entonces veo a un hombre mirándome desde dentro de un café y con cara de estar pensando “qué carajo está haciendo esa gorda loca y por qué tiene ese peinado tan la mina de las palomas de mi pobre angelito”. Me quedo en shock por cinco segundos: ¿mi pelo se ve así posta? y luego miro a mi alrededor. Las pocas palomas que distingo vuelan alejándose. Y me quemé un dedo. Y me acordé de esa escena de Delicatessen en la que el sensor de pelotudeces empieza a sonar cuando el carnicero dice “la vida es bella”. Igual a mi la vida me encanta, sólo que la veo a través de la lente de la cámara de Ricky Fitts, el adolescente que filma bolsas y se las muestra a la chica de Casper en la película esa que actúa el de belleza americana.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)