Buen día gente ¿quién para una anécdota soporífera que se sucedió durante
unas vacaciones adolescentes espectaculares? levanten la mano a ver ¿…nadie? mejor
así. Me encanta, ese es el level de desinterés por el que abogo con esfuerzo.
Sabés qué pasa, hoy mi psicóloga me hizo una intervención de esas que te
dejan medio turuleco, y encima me la tiró durante el tiempo de descuento en una
sesión que ya de por sí había sido significativa, es decir, no era necesario
rematar de esa manera y tan al ángulo. Todavía estoy con un pañito de hielo en
la frente pensando la concha de tu madre amiga si te caigo así de mal avisame y
no vuelvo más no pasa nada pero esto que hiciste es criminal, cómo me vas a
desconfigurar así la psíquis acaso está permitido este vil manejo del balón?
Voy a aclarar esto desde un principio o más bien desde el tercer párrafo:
son las 2:41 de un martes es decir de la madrugada de un miércoles creo y no
pienso poner ni un ápice de esfuerzo en que esta sarasa quede más o meno
articulada, primero -y como prácticamente ya es slogan en este blog- porque no
lo leerá nadie más que yo, segundo porque estoy insomne, humeante y golpeada
mentalmente así que les pido por favor que no me presten atención ¿cí? a ustedes,
sí, a ustedes les hablo. Sí sí ya sé que no existen nada más quería ver si me
estaban prestando atención.
Esto que les voy a contar pasó en algún momento entre los años 2002 y 2005,
ponele. ¿Contexto socioeconómico argentino ni hace falta describirlo, no? y si acaso
hiciera falta la mejor recomendación que podría hacerte es que te retires por
favor ya mismo de este blog y vayas a leer la bibliografía argentina
obligatoria que si me preguntás a mí incluiría todo lo que haya escrito –desde libros
hasta servilletas me importa un carajo te dije- Ezequiel Adamovsky, cuyo
apellido pronuncio con el mismo tono con el que Marge dice Lovenstein porque
sí, porque es mi texto y trazo los paralelismos que quiero si quiero.
CUESTIÓN, no me acuerdo con exactitud porque en esa época yo tenía entre 16
y 19 años y también tenía el ojete de tener una amiga cuya familia tenía una
casa en la –y acá me pongo de pié y despliego la alfombra roja que
inmediatamente se llena de arena y pienso dios no me digas que ahora voy a
tener que limpiar todo esto- …en la COSTA ATLÁNTICA ARGENTINA, fuerte el
aplauso por favor para la señora Mirta Legrán que saluda desde allá desde el balcón
del hotel aquel en el que hace almuerzos en Mar del Plata, sí, sí señora, sí
mire sí a usté la estamos aplaudiendo todos pero si me hace el favor de salir
del primer plano podrá ser que está tapando el mar señora no pero con todo el
respeto que se merece una deidá del mortal kombat como usté se le digo, igual
no se preocupe ahora la seguimos aplaudiendo fuera de cámara muchísimas gracias
qué rico perfume.
Entonces no sé bien en qué año fue ni en qué verano pero sí tengo la
certeza de que fue una noche espectacular, y mirá que de esas también tuve la
dixa de que fuesen un montón. Pero esta fue de esas especialmente rarísimas;
medio cinematográfica, lisérgica como si Gaspar noé dirigiera los bañeros más
locos del mundo pero con 5 lucas de presupuesto y utilizando como locación
principal santa teresita y sus alrededores. Ese level de lisergia, esa energía
post menemista post 2001 bien pesada y toda junta, cortando el aire y losotra
ahí, en cualquier otra, completamente desentendidas desayunando insolación y
birra caliente en iguales cantidades, echadas como un ancla sobre las playas
anchas de la bellísima ciudá de san bernardo de la costa atlántica, ignorando todo
aquello que no fuese digno de nuestra atención como por ejemplo cuestiones de
supervivencia, cuestiones básicas de peligro. Eso. Qué peligro. Qué ojete que
tenemos de estar vivas éh, y encima de haber salido ilesas no una sino todas
las veces y no sólo eso sino que además haya sido siempre espectacular, en
cualquier año, en cualquier verano. Gracias cosmos, excelente servicio, ojalá siempre
te portaras así con todo el mundo.
Parabamos en Santa Teresita ponele pero rancheábamos en San Bernardo cada
que podíamos porque ahí estaba el agite al que pertenecíamos, o eso creíamos
creer. ¿Creíamos creer? Sí, creíamos creer. Así que si estábamos en la casa y
queríamos salir teníamos que estar atentas a los horarios del colectivo porque
literalmente sólo pasaba uno, y perder el último de la noche involucraba
padecer una suerte de tragedia olímpica, una frustración gregoriana que se extendería
con agonía adolescente durante toda la madrugada. (No sé si tiene sentido pero
me gusta como suena “frustración gregoriana”).
Nunca lo perdimos, igual, pero una noche nos pasó algo mucho peor: nos subimos
exitosamente al último colectivo y como 10 cuadras después una de las pibas se
rescató de que se había olvidado su mochila en la parada. Nos bajamos a los
gritos sin que ninguna entendiera bien lo que estaba pasando ni por qué estábamos
gritando pero sabiendo que había que volver. Cuando llegamos la mochila seguía
ahí, intacta. Como el clima inmediatamente se puso hostil para con la integridá
mental de la que se había olvidado su equipaje -se imaginarán, en tanto ya
habíamos perdido nuestro boleto a san bernardo por culpa de su imperdonable
despiste- yo jugué mi papel natural mi papel conciliatorio y traté de
persuadirlas diciendo que la noche no estaba perdida, por supuesto que no si todavía
podíamos ir a la playa (que en realidá era lo que yo siempre había querido
hacer desde un primer momento a mí un poco lo del bondi me daba igual la verdá)
así que “si no también podemos volver a
la casa y jugar un tutti frutti qué opinan boludas acaso no es un plan espectacular
ah re no encerio” eso estaba diciendo yo en el medio de la discusión en la
parada del colectivo cuando de repente mi discurso al que por supuesto nadie
estaba prestando atención se vió interrumpido por la repentina aparición de un
auto que frenó de la nada enfrente nuestro y nos ofreció llevarnos allí a donde
fuese que necesitáramos.
O sea el auto no lo ofreció, lo ofreció digamos el humano que conducía el
vehículo que era un treintañero rarísimo tipo demasiado simpático medio rubio
bien estereotipo de serial killer yankee pero sin anteojos. Miramos a nuestro alrededor
y no había nadie absolutamente nadie, noche despejadísima de nubes y de humanos
así que nuestro level de inconsciencia y nosotras le dijimos que sí que obvio
que muchas gracias y nos subimos al auto ¿entienden? Nos subimos mientras mis
amigas celebraban el poder ir a san bernardo lo mismo y yo por dentro me
frustraba por haber estado tan sólo a unos metros de mi meta, q era la praia. Y
no es que no ibamos a la playa de noche sino que la cuestión era más bien
democrática y esa vez a mi me tocaba cerrar el orto y mirar el mar por la
ventana mientras el destino de cuatro rollingas pelotudas de 16 años pendulaba a
voluntá de un completo desconocido, mayor de edá mucho mayor de edá y con unas
piola serial killer vibes. Buen día, qué tul. Igualmente el tipo nos llevó, nos
dejó. Nada raro. Todo insólito. Al final terminó siendo como un ángel de la
ruta como una canción de la renga aunque también podría haber sido Jeffrey
Dahmer así que les pido por favor no se suban a autos de desconocidos desde ya
muchas gracias.
Hilemos los recuerdos, supongamos que todo pasó en la misma noche lo cual
no sé si es cierto pero sí es probable. Bajamos, caminamos por las calles de
San Bernardo, las de adentro, no peatonales. Entramos a un bar medio oscuro en
el que no había mucha gente porque todavía era temprano y nos acomodamos en una
mesa pegada a una ventana. Escucho un cuxicheo familiar y levanto la vista, las
veo contemplando al pibe que venía, al pibe que traía la carta (la carta dios
cuántos años tengo como mil doscientos acaso). Era un chabón de nuestra edá, quizá
apenas unos años más grande. Rubio pero rubio del tipo hegemónico, he ahí el
origen del cuxicheo al que por supuesto yo no hice lugar porque nada me parecía
más soporífero que la hegemonía rubiecita. Lo que sí me llamó la atención del
pibe era que tenía puesta la clásica remera de almafuerte y para ese momento me
parecía inconsistente, me parecía una incongruencia algo incompatible hegemonía
y almafuerte entonces se acerca, el pibe, a la mesa. Yo con ganas de escabiar pero
las pibas con insistencia por hablar le empiezan a preguntar boludeces al
mesero toropampeano que para mi sorpresa intenta persuadirlas señalándoles que
tiene puestos auriculares como quien sugiere con amabilidá que no está para que
le rompan las pelotas ¿perdona? clic. Y este raro quién es. Y ahí nomás una
amiga procede a hacer algo completamente repudiable no tan delito penal pero sí
tan atrevida y agarra y hace tiki y le saca un auricular al pibe y le dice a
ver ¿qué estás escuchando?
El chabón así nomás sin que le temblara el pulso respondió “Arjona” y su
gusto musical fue automáticamente juzgado por algunas fundamentalistas del rock
anti todo, y halagado por otras un poco más permeables a la cuestión
hegemónica. En mi caso, hasta ese momento todavía no había hablado, sólo estaba
ahí esperando una pausita social que me permitiese pedirle una birra cuanto
antes pero yo también fui presa de la palabra Arjona y automáticamente
pronunciada señalé el logo en su remera y lancé un qué raro al aire. Y se ve
que el pibe lo atajó por entre medio de los mantras rollingas del tipo eeeeaa y
la música propia del bar, porque me miró un poco extrañado y me preguntó qué era
lo raro. Entonces le digo tipo no amigo not in a verdugueo way bro no me
malinterpretes; nada, le digo, me parece raro que tengas una remera de
Almafuerte y estés escuchando a Arjona no digo que esté mal sólo digo que me
parece raro saludos cordiales y el pibe me mira aún más extrañado y me dice ¿vos
conocés almafuerte? pero con un nivel de incredulidá hasta ofensivo te diría y
le digo sí, no sólo conozco almafuerte sino que también me imagino lo que diría
Iorio si se enterase de que hay alguien en el mundo en este momento escuchando
a arjona con su remera puesta, o algo así, no sé, tiré algo bien pedante algo
digno de persona espectacular. El tema es que aproveché su atención para
pedirle por favor una birra de litro, la más fría que encontrase, pero sobre
todo la más barata.
A los minutos aterriza una botella de birra en la mesa, enfrente mío. Identifico
inmediatamente la etiqueta, la marca cara. Levanto la vista y lo miro tipo
amigo vos me estás jodiendo las pelotas y él me responde mirándome tipo cerrá
el orto boluda y entonces procede a retirarse con una sonrisita que no encontró
complicidá en mi cara porque yo no contemplaba ninguna otra opción lógica más
que que nos estuviera encajando marcas caras o sea qué te pensás papi recién
salimos del 2001 arrancá ya mismo esa brahma venenosa y sacá de acá a esta
cheta artois que no es gracioso. Pero entonces mis amigas un poco más duxas un
poco más sabias acaso un poco más seguras repararon en mi cara de desconcierto
y enojo y con desprecio criminal desprecio toropampeano desprecio honesto de
estar unidas me dijeron no podés ser tan incel boluda no ves que el chabón este
está con vos qué es esa pócima que le dijiste qué es eso de almafuerte. Yo
obviamente objeté todos los puntos incluso los de mi propia percepción porque
nunca tuve criterio social, verás, y aunque esa noche nos fuimos del bar
dejando la propina y la paga hecha de vaquita y vil metal para abonar una
cuenta generosamente dibujada a nuestro favor, a pesar de eso, decía, todavía
no me rescataría de que las pibas tenían razón sino hasta el día siguiente. Y para
el día siguiente faltaba un montón porque recién eran las dos de la mañana de
una noche de verano en la ciudá de san bernardo de la costa atlántica. Toro y
Pampa.