24.9.25

Un pibe con la remera de Almafuerte

 

Buen día gente ¿quién para una anécdota soporífera que se sucedió durante unas vacaciones adolescentes espectaculares? levanten la mano a ver ¿…nadie? mejor así. Me encanta, ese es el level de desinterés por el que abogo con esfuerzo.

Sabés qué pasa, hoy mi psicóloga me hizo una intervención de esas que te dejan medio turuleco, y encima me la tiró durante el tiempo de descuento en una sesión que ya de por sí había sido significativa, es decir, no era necesario rematar de esa manera y tan al ángulo. Todavía estoy con un pañito de hielo en la frente pensando la concha de tu madre amiga si te caigo así de mal avisame y no vuelvo más no pasa nada pero esto que hiciste es criminal, cómo me vas a desconfigurar así la psíquis acaso está permitido este vil manejo del balón?

Voy a aclarar esto desde un principio o más bien desde el tercer párrafo: son las 2:41 de un martes es decir de la madrugada de un miércoles creo y no pienso poner ni un ápice de esfuerzo en que esta sarasa quede más o meno articulada, primero -y como prácticamente ya es slogan en este blog- porque no lo leerá nadie más que yo, segundo porque estoy insomne, humeante y golpeada mentalmente así que les pido por favor que no me presten atención ¿cí? a ustedes, sí, a ustedes les hablo. Sí sí ya sé que no existen nada más quería ver si me estaban prestando atención.

Esto que les voy a contar pasó en algún momento entre los años 2002 y 2005, ponele. ¿Contexto socioeconómico argentino ni hace falta describirlo, no? y si acaso hiciera falta la mejor recomendación que podría hacerte es que te retires por favor ya mismo de este blog y vayas a leer la bibliografía argentina obligatoria que si me preguntás a mí incluiría todo lo que haya escrito –desde libros hasta servilletas me importa un carajo te dije- Ezequiel Adamovsky, cuyo apellido pronuncio con el mismo tono con el que Marge dice Lovenstein porque sí, porque es mi texto y trazo los paralelismos que quiero si quiero.

CUESTIÓN, no me acuerdo con exactitud porque en esa época yo tenía entre 16 y 19 años y también tenía el ojete de tener una amiga cuya familia tenía una casa en la –y acá me pongo de pié y despliego la alfombra roja que inmediatamente se llena de arena y pienso dios no me digas que ahora voy a tener que limpiar todo esto- …en la COSTA ATLÁNTICA ARGENTINA, fuerte el aplauso por favor para la señora Mirta Legrán que saluda desde allá desde el balcón del hotel aquel en el que hace almuerzos en Mar del Plata, sí, sí señora, sí mire sí a usté la estamos aplaudiendo todos pero si me hace el favor de salir del primer plano podrá ser que está tapando el mar señora no pero con todo el respeto que se merece una deidá del mortal kombat como usté se le digo, igual no se preocupe ahora la seguimos aplaudiendo fuera de cámara muchísimas gracias qué rico perfume.

Entonces no sé bien en qué año fue ni en qué verano pero sí tengo la certeza de que fue una noche espectacular, y mirá que de esas también tuve la dixa de que fuesen un montón. Pero esta fue de esas especialmente rarísimas; medio cinematográfica, lisérgica como si Gaspar noé dirigiera los bañeros más locos del mundo pero con 5 lucas de presupuesto y utilizando como locación principal santa teresita y sus alrededores. Ese level de lisergia, esa energía post menemista post 2001 bien pesada y toda junta, cortando el aire y losotra ahí, en cualquier otra, completamente desentendidas desayunando insolación y birra caliente en iguales cantidades, echadas como un ancla sobre las playas anchas de la bellísima ciudá de san bernardo de la costa atlántica, ignorando todo aquello que no fuese digno de nuestra atención como por ejemplo cuestiones de supervivencia, cuestiones básicas de peligro. Eso. Qué peligro. Qué ojete que tenemos de estar vivas éh, y encima de haber salido ilesas no una sino todas las veces y no sólo eso sino que además haya sido siempre espectacular, en cualquier año, en cualquier verano. Gracias cosmos, excelente servicio, ojalá siempre te portaras así con todo el mundo.

Parabamos en Santa Teresita ponele pero rancheábamos en San Bernardo cada que podíamos porque ahí estaba el agite al que pertenecíamos, o eso creíamos creer. ¿Creíamos creer? Sí, creíamos creer. Así que si estábamos en la casa y queríamos salir teníamos que estar atentas a los horarios del colectivo porque literalmente sólo pasaba uno, y perder el último de la noche involucraba padecer una suerte de tragedia olímpica, una frustración gregoriana que se extendería con agonía adolescente durante toda la madrugada. (No sé si tiene sentido pero me gusta como suena “frustración gregoriana”).

Nunca lo perdimos, igual, pero una noche nos pasó algo mucho peor: nos subimos exitosamente al último colectivo y como 10 cuadras después una de las pibas se rescató de que se había olvidado su mochila en la parada. Nos bajamos a los gritos sin que ninguna entendiera bien lo que estaba pasando ni por qué estábamos gritando pero sabiendo que había que volver. Cuando llegamos la mochila seguía ahí, intacta. Como el clima inmediatamente se puso hostil para con la integridá mental de la que se había olvidado su equipaje -se imaginarán, en tanto ya habíamos perdido nuestro boleto a san bernardo por culpa de su imperdonable despiste- yo jugué mi papel natural mi papel conciliatorio y traté de persuadirlas diciendo que la noche no estaba perdida, por supuesto que no si todavía podíamos ir a la playa (que en realidá era lo que yo siempre había querido hacer desde un primer momento a mí un poco lo del bondi me daba igual la verdá) así que “si no también podemos volver a la casa y jugar un tutti frutti qué opinan boludas acaso no es un plan espectacular ah re no encerio” eso estaba diciendo yo en el medio de la discusión en la parada del colectivo cuando de repente mi discurso al que por supuesto nadie estaba prestando atención se vió interrumpido por la repentina aparición de un auto que frenó de la nada enfrente nuestro y nos ofreció llevarnos allí a donde fuese que necesitáramos.

O sea el auto no lo ofreció, lo ofreció digamos el humano que conducía el vehículo que era un treintañero rarísimo tipo demasiado simpático medio rubio bien estereotipo de serial killer yankee pero sin anteojos. Miramos a nuestro alrededor y no había nadie absolutamente nadie, noche despejadísima de nubes y de humanos así que nuestro level de inconsciencia y nosotras le dijimos que sí que obvio que muchas gracias y nos subimos al auto ¿entienden? Nos subimos mientras mis amigas celebraban el poder ir a san bernardo lo mismo y yo por dentro me frustraba por haber estado tan sólo a unos metros de mi meta, q era la praia. Y no es que no ibamos a la playa de noche sino que la cuestión era más bien democrática y esa vez a mi me tocaba cerrar el orto y mirar el mar por la ventana mientras el destino de cuatro rollingas pelotudas de 16 años pendulaba a voluntá de un completo desconocido, mayor de edá mucho mayor de edá y con unas piola serial killer vibes. Buen día, qué tul. Igualmente el tipo nos llevó, nos dejó. Nada raro. Todo insólito. Al final terminó siendo como un ángel de la ruta como una canción de la renga aunque también podría haber sido Jeffrey Dahmer así que les pido por favor no se suban a autos de desconocidos desde ya muchas gracias.

Hilemos los recuerdos, supongamos que todo pasó en la misma noche lo cual no sé si es cierto pero sí es probable. Bajamos, caminamos por las calles de San Bernardo, las de adentro, no peatonales. Entramos a un bar medio oscuro en el que no había mucha gente porque todavía era temprano y nos acomodamos en una mesa pegada a una ventana. Escucho un cuxicheo familiar y levanto la vista, las veo contemplando al pibe que venía, al pibe que traía la carta (la carta dios cuántos años tengo como mil doscientos acaso). Era un chabón de nuestra edá, quizá apenas unos años más grande. Rubio pero rubio del tipo hegemónico, he ahí el origen del cuxicheo al que por supuesto yo no hice lugar porque nada me parecía más soporífero que la hegemonía rubiecita. Lo que sí me llamó la atención del pibe era que tenía puesta la clásica remera de almafuerte y para ese momento me parecía inconsistente, me parecía una incongruencia algo incompatible hegemonía y almafuerte entonces se acerca, el pibe, a la mesa. Yo con ganas de escabiar pero las pibas con insistencia por hablar le empiezan a preguntar boludeces al mesero toropampeano que para mi sorpresa intenta persuadirlas señalándoles que tiene puestos auriculares como quien sugiere con amabilidá que no está para que le rompan las pelotas ¿perdona? clic. Y este raro quién es. Y ahí nomás una amiga procede a hacer algo completamente repudiable no tan delito penal pero sí tan atrevida y agarra y hace tiki y le saca un auricular al pibe y le dice a ver ¿qué estás escuchando?

El chabón así nomás sin que le temblara el pulso respondió “Arjona” y su gusto musical fue automáticamente juzgado por algunas fundamentalistas del rock anti todo, y halagado por otras un poco más permeables a la cuestión hegemónica. En mi caso, hasta ese momento todavía no había hablado, sólo estaba ahí esperando una pausita social que me permitiese pedirle una birra cuanto antes pero yo también fui presa de la palabra Arjona y automáticamente pronunciada señalé el logo en su remera y lancé un qué raro al aire. Y se ve que el pibe lo atajó por entre medio de los mantras rollingas del tipo eeeeaa y la música propia del bar, porque me miró un poco extrañado y me preguntó qué era lo raro. Entonces le digo tipo no amigo not in a verdugueo way bro no me malinterpretes; nada, le digo, me parece raro que tengas una remera de Almafuerte y estés escuchando a Arjona no digo que esté mal sólo digo que me parece raro saludos cordiales y el pibe me mira aún más extrañado y me dice ¿vos conocés almafuerte? pero con un nivel de incredulidá hasta ofensivo te diría y le digo sí, no sólo conozco almafuerte sino que también me imagino lo que diría Iorio si se enterase de que hay alguien en el mundo en este momento escuchando a arjona con su remera puesta, o algo así, no sé, tiré algo bien pedante algo digno de persona espectacular. El tema es que aproveché su atención para pedirle por favor una birra de litro, la más fría que encontrase, pero sobre todo la más barata.

A los minutos aterriza una botella de birra en la mesa, enfrente mío. Identifico inmediatamente la etiqueta, la marca cara. Levanto la vista y lo miro tipo amigo vos me estás jodiendo las pelotas y él me responde mirándome tipo cerrá el orto boluda y entonces procede a retirarse con una sonrisita que no encontró complicidá en mi cara porque yo no contemplaba ninguna otra opción lógica más que que nos estuviera encajando marcas caras o sea qué te pensás papi recién salimos del 2001 arrancá ya mismo esa brahma venenosa y sacá de acá a esta cheta artois que no es gracioso. Pero entonces mis amigas un poco más duxas un poco más sabias acaso un poco más seguras repararon en mi cara de desconcierto y enojo y con desprecio criminal desprecio toropampeano desprecio honesto de estar unidas me dijeron no podés ser tan incel boluda no ves que el chabón este está con vos qué es esa pócima que le dijiste qué es eso de almafuerte. Yo obviamente objeté todos los puntos incluso los de mi propia percepción porque nunca tuve criterio social, verás, y aunque esa noche nos fuimos del bar dejando la propina y la paga hecha de vaquita y vil metal para abonar una cuenta generosamente dibujada a nuestro favor, a pesar de eso, decía, todavía no me rescataría de que las pibas tenían razón sino hasta el día siguiente. Y para el día siguiente faltaba un montón porque recién eran las dos de la mañana de una noche de verano en la ciudá de san bernardo de la costa atlántica. Toro y Pampa.